Hace pocas semanas la Comunidad Valenciana sufrió un fenómeno meteorológico que desató lluvias intensas, inundaciones y daños incalculables en forma de pérdidas humanas, de viviendas, bienes e infraestructuras. Estos eventos climáticos extremos dejan una huella psicológica profunda.
Cuando una catástrofe de este tipo ocurre, las primeras manifestaciones emocionales suelen ser intensas y variadas. Tras el shock inicial se desencadenan respuestas de miedo, ansiedad, ira, incertidumbre, vulnerabilidad entre otras. En los primeros momentos, las personas suelen reaccionar desde una respuesta automática de supervivencia. Sin embargo, estas respuestas pueden variar: algunos entran en estado de pánico o ansiedad extrema, mientras que otros pueden experimentar una parálisis emocional, incapaces de procesar lo ocurrido y de actuar.
En situaciones de emergencia, los vínculos comunitarios pueden jugar un papel decisivo. Durante la DANA, muchos vecin@s, así como muchas personas de todas las comunidades acudieron raudos a ayudar, demostrando una empatía que se tradujo en forma de apoyo y solidaridad increíble. Este tipo de respuesta comunitaria juega un impacto muy positivo, mitigando el dolor inicial y generando un sentido de unión.
Después de las primeras semanas de emergencia, cada persona comienza a transitar lo sucedido de una manera única. Para algunos, se inicia un duelo doloroso por la pérdida de seres queridos, de sus viviendas, o de objetos con gran valor emocional. Otros, aunque no hayan tenido perdidas significativas, pueden experimentar una profunda tristeza y desesperanza por la situación vivida en su entorno.
Este proceso de duelo supone transitar una serie de etapas donde cada una representa una fase emocional que algunas personas vivirán a lo largo de su proceso. La negación es una forma de defensa emocional, una incapacidad para aceptar lo sucedido. En la ira, puede surgir un sentimiento de injusticia por la situación vivida. En otra etapa se inicia una búsqueda de sentido, intentando encontrar explicaciones o soluciones, mientras que la depresión representa una etapa de tristeza y dolor profundo. Finalmente, con la aceptación se empieza a asimilar la pérdida y se considera cómo seguir adelante.
Sin embargo, no todas las personas viven el duelo de esta manera lineal. Hay quienes logran procesarlo por medio del diálogo con amigos o familiares, otros recurren a la escritura, técnicas de relajación. No hay un único camino correcto; el duelo es un proceso individual y único para cada individuo.
A medida que pasan las semanas, muchas personas empiezan a sentir el impacto psicológico de la DANA en formas que no siempre son evidentes a primera vista. Miedos residuales y fobias pueden comenzar a surgir, como el miedo a que vuelva a llover intensamente o a vivir cerca de zonas propensas a inundarse. Estos miedos suelen estar relacionados con el trauma y pueden limitar la vida cotidiana de quienes los experimentan, haciéndoles evitar actividades o lugares relacionados con el evento traumático.
Para algun@s, el impacto es tan fuerte que puede desarrollar un trastorno de estrés postraumático (TEPT), especialmente en quienes vivieron experiencias extremadamente traumáticas durante la catástrofe. Este trastorno se caracteriza por síntomas como la reviviscencia (imágenes o recuerdos intrusivos del suceso), evitación (retraerse de situaciones que recuerden el evento) e hipervigilancia (un continuo estado de alerta). Las personas con TEPT pueden experimentar un profundo malestar emocional, insomnio y dificultad para retomar sus actividades cotidianas.
Además, la pérdida de seguridad y confianza en el entorno es otra consecuencia común. Para quienes han perdido sus hogares o han visto gravemente afectado su entorno, el lugar que antes les brindaba seguridad ahora representa una fuente de miedo e incertidumbre. La sensación de estabilidad se ve desmoronada, y reconstruirla es un proceso que requiere tiempo y apoyo.
La recuperación emocional tras una catástrofe de este tipo implica tanto adaptarse a las nuevas circunstancias como encontrar formas de resiliencia, es decir, la capacidad de sobreponerse y reconstruir la vida pese a la adversidad. La resiliencia no implica «superar» el dolor rápidamente; se trata de aceptar y procesar las experiencias dolorosas, para integrarlas en la vida y aprender a vivir con ellas.
El apoyo psicológico y las redes de soporte social son elementos cruciales en este proceso. Contar con el acompañamiento de familiares, amigos o de la comunidad es esencial. En algunos casos, la ayuda profesional también puede ser importante, especialmente para quienes presentan síntomas de TEPT o dificultades para procesar el duelo. La terapia psicológica permite que las personas puedan explorar y entender sus emociones en un entorno seguro, y desarrollar estrategias para enfrentar el dolor y el miedo.
Existen además herramientas prácticas que pueden ayudar a la recuperación, como la escritura expresiva, que permite a las personas procesar sus experiencias, o el arte como medio de canalización de todas estas emociones. Algunas personas también encuentran alivio en el voluntariado o en formar parte de grupos de apoyo donde comparten sus historias. La creación de espacios de apoyo comunitario permite que las personas puedan escuchar y ser escuchadas, dándoles una oportunidad de sentirse comprendidas y menos solas en su vivencia.
Tras una experiencia tan dolorosa, muchas personas experimentan lo que se conoce como crecimiento postraumático: un proceso en el cual, tras un período de dolor, algunos descubren un sentido nuevo en su vida, desarrollan una perspectiva más profunda sobre sus relaciones y valores, o encuentran nuevas formas de significado en sus experiencias. Aunque el dolor sigue ahí, se integra a la vida y se transforma en una fuente de fortaleza.
A nivel comunitario, guardar memoria de estos eventos y aprender de ellos es una forma de honrar lo vivido. La preparación ante futuros eventos similares, tanto en términos de infraestructura como en recursos de apoyo emocional, será vital para que Valencia y otras comunidades vulnerables puedan enfrentar estas situaciones de una manera más preparada y segura.
La DANA de Valencia nos ha mostrado cómo la naturaleza puede sacudir nuestra estabilidad, pero también nos ha demostrado la capacidad de las personas para unirse y apoyar a quienes más lo necesitan. A medida que transcurre el tiempo, el cuidado emocional sigue siendo esencial para la reconstrucción, no solo de casas y calles, sino de las vidas y corazones que se han visto afectados.
25 de noviembre de 2024