La adolescencia es una etapa de transición en la vida de las personas en la que el individuo pasa de la infancia a la adultez y que implica importantes cambios a todos los niveles: físicos, biológicos, intelectuales, sociales y psicológicos. Todos estos factores influirán decisivamente en el desarrollo emocional de los adolescentes durante una etapa clave de su vida.
También supone un periodo repleto de oportunidades ya que es un momento crucial para fomentar su desarrollo, ayudarles a afrontar las dificultades que se les vayan presentando y prepararlos para una vida adulta marcada por el bienestar personal y el máximo desarrollo de sus potencialidades.
Nuestros hijos no se convierten en adolescentes de un día para otro, por tanto, conviene ir preparándolos desde la infancia. El secreto para tener una relación buena con nuestros hijos adolescentes no es otra que construirla día a día con ellos desde muy pequeños.
Diversos estudios han puesto de relieve que el bienestar en la adultez viene influido por un aprendizaje temprano de toda una serie de habilidades emocionales y sociales que permitan al individuo afrontar adecuadamente todos los cambios y retos que surjan a lo largo de su vida, reduciendo así la aparición de dificultades de diversa índole.
El desarrollo de las competencias emocionales es un elemento clave para alcanzar un buen nivel de bienestar personal; es por ello que debe estar presente durante todo el proceso evolutivo de la persona.
Conocer cómo funciona el cerebro de un adolescente resulta de gran utilidad para comprender sus cambios de conducta, su atracción al riesgo, su falta de reflexión en la toma de decisiones y su impulsividad, ya que este experimenta un proceso de maduración que transforma la red neuronal, entre aproximadamente los doce y veinticuatro años, cambiando de manera decisiva y compleja.
Ya que el cerebro adolescente está en construcción y la última parte en desarrollarse es la situada en el lóbulo frontal que alberga las funciones ejecutivas, esto supondrá que pueda presentar ciertas dificultades para todas las tareas relacionadas con el razonamiento, planificación, organización, control de impulsos, etc. ,es decir, el adolescente se va a mover con torpeza en esta etapa de su vida y concretamente en el control emocional.
Por todo ello la misión de los padres va a ser realizar un adecuado acompañamiento, cuidando la relación desde la calma y la serenidad proporcionándoles un modelo positivo. Darles espacio en esta etapa va a ser fundamental, así como proporcionarles responsabilidades y confianza, ya que las expectativas y creencias que depositemos en nuestros hijos van a influir decisivamente en su rendimiento, de esta forma se va a forjar su seguridad y autoestima.
Dado que el bienestar emocional es un elemento clave a la hora de hablar de salud y un factor determinante en el bienestar general de las personas, es especialmente crucial trabajarlo desde la infancia, debido a que puede determinar los niveles de autoestima, confianza, felicidad o incluso los hábitos de vida en la adultez. Participar en programas de bienestar emocional o experiencias de crecimiento personal en manos de profesionales, les va a facilitar las herramientas necesarias para manejarse con equilibrio y plenitud por la vida.
En ocasiones, el diagnóstico de celiaquía en la adolescencia pueden vivirlo como un impedimento, un límite en su necesidad de autonomía e independencia y, por esa razón, puede aparecer un gran rechazo a su excepcionalidad. La presión del grupo y la necesidad de mimetizarse con sus iguales pueden llevarlos a saltarse la dieta sin gluten.
La celiaquía en la adolescencia puede suponer ciertas dosis de angustia, por sentirse limitado y diferente, pueden aparecer cuadros de estrés y ansiedad.
Los padres de adolescentes celíacos acompañarán a su hij@ proporcionándoles una información clara sobre: lo que pueden y no pueden comer y las consecuencias de no realizar una dieta sin gluten de forma estricta. Establecer una buena comunicación va a ser fundamental; dialogar sin juzgar, validar sus emociones, confiar en él, darle seguridad y dejar progresivamente en sus manos la responsabilidad del tratamiento. El adolescente lo percibirá como un voto de confianza, reforzando así su autoestima. Tiene que conocer todo lo concerniente a su enfermedad desde un enfoque positivo y esperanzador.