
Todos tenemos metas, esos proyectos que decimos que vamos a empezar, esos hábitos que queremos incorporar, decisiones importantes que postergamos una y otra vez. Pero entre la intención y la acción hay un terreno lleno de obstáculos… y muchos de ellos no vienen del exterior, sino de nosotros mismos.
Nos llenamos de excusas, algunas suenan tan razonables que casi nos convencen: “No tengo tiempo”, “Ahora no es el momento”, “Primero tengo que resolver otras cosas”, “No me siento preparado todavía”. Y lo peor es que las repetimos tantas veces que terminamos creyéndolas.
El poder del autoengaño.
Las excusas no son simplemente mentiras que nos decimos, son mecanismos de defensa, justificaciones que construimos para evitar lo que nos incomoda: el miedo a fallar, la incertidumbre, la exigencia, el esfuerzo. Queremos resultados, pero evitamos el proceso, queremos crecimiento, pero esquivamos la incomodidad que implica.
La mente humana es experta en encontrar salidas rápidas al malestar y la evitación es una de sus estrategias favoritas. ¿No quieres enfrentar una conversación difícil? La postergas. ¿Te da miedo empezar un nuevo proyecto? Lo “planificas” eternamente. ¿Te incomoda el esfuerzo físico? Dices que “empezarás la semana que viene”. Y así se te pasa la vida.
¿Qué es la evitación y por qué nos hace daño?
La evitación es el acto de alejarse de algo que nos genera ansiedad, incomodidad o miedo. A corto plazo, nos da alivio, es como un respiro momentáneo, pero a largo plazo, se convierte en una trampa.
Cada vez que evitamos algo que sabemos que queremos o debemos hacer, nuestra confianza se erosiona, nos sentimos menos capaces. más atrapados, más lejos de eso que soñamos lograr. Y cuanto más evitamos, más difícil se hace salir del ciclo. La culpa se acumula, la autoimagen se deteriora, la inseguridad se apodera de nosotros, la frustración crece.
Las pequeñas trampas cotidianas
La evitación no siempre es evidente. A veces se disfraza de perfeccionismo (“hasta que no esté todo perfecto, no lo lanzo”), de responsabilidad (“primero tengo que ocuparme de todo lo demás”), o incluso de autocuidado mal entendido (“no me quiero presionar”). Pero el resultado es el mismo: la inacción.
Lo más peligroso de estas excusas es que parecen inofensivas. Pero día a día, año tras año, construyen una vida a medias. Una vida donde nos conformamos con soñar en lugar de actuar.
¿Cómo romper este patrón?
No se trata de dejar de tener miedo o incomodidad. Se trata de actuar a pesar de ellos. Aquí van algunas claves:
- Detecta tus excusas favoritas. Todos tenemos frases que usamos como comodines. Identificarlas ya es un paso enorme.
- Pregúntate qué estás evitando realmente. Detrás de cada excusa hay una emoción incómoda que estás intentando esquivar.
- Empieza pequeño. No necesitas cambiar tu vida en un día, solo dar un paso hoy, uno solo y repetirlo mañana.
- Comprométete con el proceso. La motivación va y viene. Lo que te sostiene es el compromiso con tus valores y tus metas.
La evitación es una estrategia que nos protege… pero también nos limita. Nos aleja de lo que queremos, mientras nos hace sentir que estamos siendo “prudentes” o “realistas”, aunque en el fondo, sabemos que no lo somos.
Así que la próxima vez que aparezca una excusa, detente un segundo, mírala de frente y pregúntate: ¿esto me protege o me detiene?
Porque al final, la vida no se transforma con grandes gestos, sino con pequeñas decisiones valientes, tomadas todos los días, a pesar del miedo.
No dejes que las excusas se conviertan en la banda sonora de tu vida. Haz algo incómodo. Inicia eso que llevas tiempo postergando. Aunque sea un paso pequeño, da ese paso hoy.
Porque cada vez que eliges actuar, en lugar de evitar, estás diciendo: “Mi vida vale más que mi miedo” y eso, créeme, cambia todo.
“Dentro de algunos años estarás más decepcionado por las cosas que no hiciste que por las que hiciste.”
— Mark Twain