Mariluz Zornoza Psicóloga

RUIDO

Vivimos rodeados de ruido, no solo el propio de las ciudades, del tráfico, las obras o el bullicio incesante, sino de un ruido más sutil, más invisible: el que surge de la necesidad de ponerle banda sonora a todo. Cada historia de Instagram, cada reel de TikTok, cada video corto o largo que miramos, viene acompañado de música, efectos o voces en off. Incluso las experiencias más sencillas y cotidianas, como mostrar un café o una caminata, parecen incompletas sin un fondo musical que les otorgue dramatismo o emoción añadida.

No hay nada malo en la música, al contrario, pocas cosas tienen el poder de conmovernos, transportarnos o elevarnos como lo hace una melodía bien escogida. El problema es cuando el sonido, los estímulos se vuelven permanentes, ininterrumpidos. Cuando desaparece el silencio y con él la posibilidad de estar a solas con nosotros mismos.

Los espacios de calma son hoy un lujo, nos cuesta encontrarlos y, cuando lo hacemos, a veces hasta nos incomodan. El silencio ya no es el descanso natural, sino un vacío que tratamos de llenar lo más rápido posible.

Sin embargo, pensar, crear y sentir con hondura necesita de esos momentos en los que solo hay silencio. La calma no es enemiga de la música: es el terreno donde esta, cuando llega, puede florecer con más intensidad.

Quizás lo que nos hace falta no es renunciar a las melodías que acompañan nuestro día a día, sino recordar que también el silencio tiene un lugar. Que el ruido, incluso disfrazado de banda sonora, puede ser agotador. Y que escuchar, escuchar de verdad, empieza siempre por hacer espacio.

El ruido nos acompaña, pero es en el silencio donde aprendemos a escucharnos. Volver al silencio no es retroceder: es recuperar la capacidad de pensar, sentir y estar.

 Aprender a hacer silencio es abrirle camino a la claridad.

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