Mariluz Zornoza Psicóloga

CUANDO EL DIAGNÓSTICO DE CELIAQUÍA LLEGA EN LA ETAPA ADULTA

Se presupone que la persona al llegar a la etapa adulta ha alcanzado toda su madurez, su potencial de desarrollo físico, presenta mayor claridad y estabilidad y está sobradamente preparado para enfrentarse a las diferentes situaciones que se le presenten en la vida.

Pero la realidad es que el adulto, en muchas ocasiones, y ante la adversidad, sufre y padece el dolor emocional que esta le provoca.

Nuestras ideas, formas de pensar y gestionar, la visión de nosotros mismos y del mundo que nos rodea, están muy condicionadas por las diferentes formas de vínculo que se establezcan en la primera infancia y por las experiencias vividas a lo largo de nuestra vida.

La pérdida, forma parte de la vida, y la llegada del diagnóstico de celiaquía supone importantes pérdidas que el adulto tendrá que elaborar. Será necesario un tiempo de adaptación a esta nueva realidad hasta lograr la meta que será la aceptación.

Son diferentes y variados los motivos por los que la llegada del diagnóstico puede provocar malestar:

  1. Se produce tras un largo tiempo de desgaste, con problemas físicos asociados que produce la malabsorción intestinal.
  2. Rompe nuestra vida organizada.
  3. Nos provoca inseguridad la falta de control sobre algunos aspectos.
  4. La vida social muy vinculada en torno a la “mesa”, cambia.
  5. Supone una parada en nuestra ajetreada vida, que nos hace reflexionar sobre diferentes cuestiones.

Todo ello provoca, que se puedan experimentar intensas emociones que desborden al adulto, ya que en muchas ocasiones no ha sido educado en la expresión de estas y vive disimulando su fragilidad.

Darse permiso para reconocerlas, sentirlas y afrontarlas, le ayudará en su proceso de crecimiento personal.

Los miembros de la familia que acompañan al adulto recién diagnosticado jugarán un papel muy importante en estos primeros momentos.

La autocompasión, entendida no como victimismo, sino como autocuidado y calidez con uno mismo, permitirá realizar este tránsito de una forma mucho más amable.

Y es que, a fin de cuentas, lo que más daña al ser humano no es lo que le sucede, sino no aceptarlo.

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