Durante estos meses de confinamiento, incertidumbre, fases, noticias, vuelta a la normalidad es completamente normal que hayamos experimentado ciertos niveles de malestar acompañados de estados emocionales de diversa índole. Son emociones que nos protegen y permiten estar en alerta y adaptarnos a nuevas situaciones.
Es lógico que hayamos podido sentir inquietud, desamparo, tristeza, estrés, enfado, ante una situación de emergencia. Y la creada por el coronavirus lo ha sido. De modo que ha sido incluso saludable, que muchas personas hayan sentido en algún momento cierto miedo.
Cuanto más tratamos de suprimir el miedo, ya sea ignorándolo o haciendo otra cosa para desplazarlo, más lo experimentamos.
Además, en esos momentos predomina en el individuo el estado emocional frente al estado racional.
Los niños no han vivido ajenos a todo lo sucedido, han estado igual de asustados y preocupados que nosotros, han seguido las noticias y han vivido esta experiencia desde nuestra mirada. Sin apenas darnos cuenta han estado muy atentos a como nos hemos estado expresando tanto desde nuestro lenguaje verbal, como el no verbal.
Pasado un tiempo muchos de ellos habrán recuperado cierta normalidad en sus vidas, pero para otros no estará siendo tan fácil, la aparición de rabietas, comportamientos “negativos” o bloqueos pueden estar muy presentes y vinculados a estados emocionales que no están resueltos y no están sabiendo gestionar.
Es muy importante hablar de lo sucedido, de sus emociones, sus miedos presentes y de futuro, no evites hablar de sus experiencias pensando que de esta forma se les va a olvidar o van a sufrir menos.
En esa experiencia vivida han pasado muchas cosas que su cerebro puede no ser capaz de asimilar. Siegel y Payne argumentan que los últimos estudios han demostrado que es muy efectivo poner nombre a las emociones para dar salida a los sentimientos de miedo y desconcierto.
Lo que más ayuda a controlar y comprender sus emociones es contar la historia que ha causado dolor, miedo o malestar. Los niños pueden expresarlo de muchas formas, con dibujos, con juegos, etc.
Si entendemos cómo funciona el cerebro de nuestros hijos podemos darles las herramientas adecuadas para afrontar las dificultades, y gestionar mejor sus emociones.
Daniel J. Siegel es un médico estadounidense; y, profesor clínico de psiquiatría en la Escuela de Medicina de la UCLA, dentro de la Facultad del Center for Culture, Brain, and Development y es codirector del Mindful Awareness Research Center.Es conocido en España por el libro : El cerebro del niño, en este explica lo siguiente:
“Imagina un río de aguas serenas que atraviesa un campo. Ese es tu río de bienestar. Ahí, en el agua, avanzando apaciblemente en tu canoa, sientes que en general estás en buenas relaciones con el mundo que te rodea. Te entiendes a ti mismo, entiendes a los demás y tu vida. Eres flexible y te adaptas a cada situación nueva. Permaneces estable y en paz.
Pero a veces, mientras navegas apaciblemente por el río, te acercas demasiado a una de las dos orillas. Eso crea distintos problemas, según la orilla a la que te arrimes. Una orilla representa el caos, donde sientes que no controlas la situación. En lugar de dejarte llevar por la corriente de aguas tranquilas, te ves atrapado por la fuerza de embravecidos rápidos, y eres presa de la confusión y la agitación. Necesitas alejarte de la orilla del caos y volver a incorporarte a la serena corriente del río.
Así pues, un extremo es el caos, donde no existe el menor control. El otro extremo es la rigidez, donde hay un control excesivo, lo que conduce a una falta de flexibilidad y adaptabilidad. Todos vamos de una orilla a otra en nuestra vida cotidiana. Cuanto más nos acercamos a las orillas del caos y la rigidez, más nos alejamos de la salud mental y emocional.
Cuanto más tiempo evitamos cualquiera de las dos orillas, más tiempo pasamos disfrutando del río del bienestar. Gran parte de nuestra vida de adultos puede verse como el avance por estos caminos: a veces en la armonía de la corriente del bienestar, pero a veces en el caos, en la rigidez, o yendo en zigzag de lo uno a lo otro. La armonía surge de la integración. El caos y la rigidez aparecen cuando se bloquea la integración”.
Todo esto también es aplicable a los niños. Ellos tienen sus propias canoítas y navegan apaciblemente por su río de bienestar. Muchos de los retos a los que nos enfrentamos como padres se producen en los momentos en que nuestros hijos se alejan de la corriente, cuando se acercan demasiado al caos o la rigidez. En ese momento lo que tú puedes hacer es ayudarlo a reincorporarse a la corriente del río, a recuperar un estado de armonía que impiden tanto el caos como la rigidez.
Si sientes que van pasando los días y observas como a tu hij@ le siguen superando las emociones, presenta constantes rabietas, crisis, si está confuso o bloqueado, actúa de manera caótica o ha perdido la serenidad, es el momento de buscar ayuda.
La integración que conseguimos a través del método Shec, consiste en un proceso de configuración y reconfiguración, en facilitar a los niñ@s experiencias para crear conexiones entre las distintas partes del cerebro.
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