A lo largo de nuestra vida podemos vivir diferentes situaciones desestabilizadoras que ponen en peligro nuestra equilibrio emocional.
¿Qué sucede cuando estas situaciones son experiencias colectivas?
Es normal sentir inquietud, desamparo, tristeza, estrés, enfado, ante una situación de emergencia. Y la creada por el coronavirus lo es. De modo que es muy lógico, e incluso saludable, que muchas personas sientan en algún momento miedo debido a la expansión del brote de COVID-19.
Además, en este momento predomina en el individuo el estado emocional frente al estado racional.
Los científicos dicen que el miedo y sus reacciones de lucha, huida o parálisis, pueden salvarnos cuando nos enfrentamos a un daño físico inminente.
Esto nos era muy útil cuando vivíamos en cuevas, bajo la amenaza constante de animales depredadores o tribus guerreras enemigas. Sin embargo, en la vida moderna, a menudo, puede obstaculizar nuestro sistema de bienestar.
La amígdala, una estructura con forma de almendra que se ha llamado el centro del miedo (hay una en cada hemisferio del cerebro), nos prepara para reaccionar ante una situación de amenaza.
El problema comienza cuando no puedes apaciguar la reacción de tu amígdala, lo que provoca que te obsesiones y quizá hagas cosas contraproducentes si te enfrentas a eventos preocupantes pero que no amenazan tu vida.
Activar conscientemente la parte más mesurada y analítica de tu cerebro es la clave para controlar la ansiedad y el miedo anticipatorio desmedidos, sin embargo, hacer esto no es tan fácil en una época en la que las redes sociales y las noticias nos bombardean constantemente con informaciones morbosas con el único objetivo de aumentar sus audiencias o sus seguidores. Esto resulta aún más complicado si vives en un estado de estrés o si sientes inestabilidad familiar o profesional.
El resultado es a menudo una amígdala muy activa, más apta para ponerte en modo lucha, huida o parálisis para responder incluso a la inquietud más leve, y que te mantiene ahí en lugar de llevarte a un estado de calma en ausencia de un peligro inminente.
Permanecer en este estado de hipervigilancia con excesiva preocupación puede contribuir a problemas como la ansiedad social la hipocondría, el insomnio y todo tipo de fobias.
Para frenar a una amígdala que reacciona excesivamente, primero tienes que darte cuenta y después admitir que te sientes inquieto y asustado.
Si puedes percibir y considerar tu miedo, solo como una solicitud de tu amígdala de mayor información, en lugar de una señal de tragedia inminente, entonces estás en camino de calmarte y activar partes de tu cerebro más conscientes y dominadas por la lógica. En ese momento, puedes evaluar qué tan racional es tu miedo y dar pasos para lidiar con él.
Cuanto más tratas de suprimir el miedo, ya sea ignorándolo o haciendo otra cosa para desplazarlo, más lo experimentas.
Si aún así te sientes desbordado y sin recursos para afrontar de forma positiva esta situación, ponte en contacto un profesional que te ayude.
¡Si tu quieres puedo acompañarte en el proceso de recuperar tu bienestar emocional!